sábado, 29 de diciembre de 2007

La Rosa de Paracelso (Jorge Luis Borges)

En su taller, que abarcaba las dos habitaciones del sótano. Paracelso pidió a su Dios, a su indeterminado Dios, a cualquier Dios, que le enviara un discípulo. Atardecía, El escaso fuego de la chimenea arrojaba sombras irregulares, Levantarse para encender la lámpara de hierro era demasiado trabajo, Paracelso, distraído por la fatiga, olvidó su plegaria. La noche había borrado los polvorientos alambiques y el atanor cuando golpearon la puerta, El hombre, soñoliento, se levantó, ascendió la breve escalera de caracol y abrió una de las hojas. Entró un desconocido. También estaba muy cansado. Paracelso le indicó un banco; el otro se sentó y esperó. Durante un tiempo no cambiaron una palabra.
El maestro fue el primero que habló.
-Recuerdo caras del Occidente y caras del Oriente -dijo no sin cierta pompa-, No recuerdo la tuya, ¿Quién eres y qué deseas de mí?
-Mi nombre es lo de menos -replicó el otro-, Tres días y tres noches he caminado para entrar en tu casa. Quiero ser tu discípulo. Te traigo todos mis haberes.
Sacó un talego y lo volcó sobre la mesa. Las monedas eran muchas y de oro. Lo hizo con la mano derecha. Paracelso le había dado la espalda para encender la lámpara. Cuando se dio vuelta advirtió que la mano izquierda sostenía una rosa. La rosa lo inquietó.
Se recostó, juntó la punta de los dedos y dijo:
-Me crees capaz de elaborar la piedra que trueca todos los elementos en oro y me ofreces oro. No es oro lo que busco, y si el oro te importa, no serás nunca mi discípulo,
-El oro no me importa -respondió el otro-, Estas monedas no son más que una parte de mi voluntad de trabajo. Quiero que me enseñes el Arte. Quiero recorrer a tu lado el camino que conduce a la Piedra.
Paracelso dijo con lentitud:
-El camino es la Piedra. El punto de partida es la Piedra. Si no entiendes estas palabras, no has empezado aún a entender. Cada paso que darás es la meta.
El otro lo miró con recelo. Dijo con voz distinta:
-Pero, ¿hay una meta?
Paracelso se rió.
-Mis detractores, que no son menos numerosos que estúpidos, dicen que no y me llaman un impostor. No les doy la razón, pero no es imposible que sea un iluso. Sé que "hay" un Camino,
Hubo un silencio, y dijo el otro:
-Estoy listo a recorrerlo contigo, aunque debamos caminar muchos años. Déjame cruzar el desierto. Déjame divisar siquiera de lejos la tierra prometida, aunque los astros no me dejen pisarla. Quiero una prueba antes de emprender el camino,
-¿Cuándo? -dijo con inquietud Paracelso.
-Ahora mismo -dijo con brusca decisión el discípulo.
Habían empezado hablando en latín; ahora, en alemán.
El muchacho elevó en el aire la rosa.
-Es fama -dijo- que puedes quemar una rosa y hacerla resurgir de la ceniza, por obra de tu arte. Déjame ser testigo de ese prodigio. Eso te pido, y te daré después mi vida entera.
-Eres muy crédulo -dijo el maestro- No he menester de la credulidad; exijo la fe.
El otro insistió.
-Precisamente porque no soy crédulo quiero ver con mis ojos la aniquilación y la resurrección de la rosa.
Paracelso la había tomado, y al hablar jugaba con ella.
-Eres crédulo -dijo-. ¿ Dices que soy capaz de destruirla?
-Nadie es incapaz de destruirla -dijo el discípulo.
-Estás equivocado. ¿Crees, por ventura, que algo puede ser devuelto a la nada? ¿ Crees que el primer Adán en el Paraíso pudo haber destruido una sola flor o una brizna de hierba?
-No estamos en el Paraíso -dijo tercamente el muchacho-; aquí, bajo la luna, todo es mortal.
Paracelso se había puesto en pie.
-¿En qué otro sitio estamos? ¿Crees que la divinidad puede crear un sitio que no sea el Paraíso? ¿Crees que la Caída es otra cosa que ignorar que estamos en el Paraíso?
-Una rosa puede quemarse -dijo con desafío el discípulo.
-Aún queda fuego en la chimenea -dijo Paracelso-. Si arrojaras esta rosa a las brasas, creerías que ha sido consumida y que la ceniza es verdadera. Te digo que la rosa es eterna y que sólo su apariencia puede cambiar. Me bastaría una palabra para que la vieras de nuevo.
-¿Una palabra? -dijo con extrañeza el discípulo-. El atanor está apagado y están llenos de polvo los alambiques. ¿Qué harías para que resurgiera?
Paracelso le miró con tristeza.
-El atanor está apagado -repitió-- y están llenos de polvo los alambiques. En este tramo de mi larga jornada uso de otros instrumentos.
-No me atrevo a preguntar cuáles son -dijo el otro con astucia o con humildad.
-Hablo del que usó la divinidad para crear los cielos y la tierra y el invisible Paraíso en que estamos, y que el pecado original nos oculta. Hablo de la Palabra que nos enseña la ciencia de la Cábala.
El discípulo dijo con frialdad:
-Te pido la merced de mostrarme la desaparición y aparición de la rosa.
No me importa que operes con alquitaras o con el Verbo.
Paracelso reflexionó. Al cabo, dijo:
-Si yo lo hiciera, dirías que se trata de una apariencia impuesta por la magia de tus ojos. El prodigio no te daría la fe que buscas: Deja, pues, la rosa.
El joven lo miró, siempre receloso. El maestro alzó la voz y le dijo:
-Además, ¿quién eres tú para entrar en la casa de un maestro y exigirle un prodigio? ¿Qué has hecho para merecer semejante don?
El otro replicó, tembloroso:
-Ya sé que no he hecho nada. Te pido en nombre de los muchos años que estudiaré a tu sombra que me dejes ver la ceniza y después la rosa. No te pediré nada más. Creeré en el testimonio de mis ojos.
Tomó con brusquedad la rosa encarnada que Paracelso había dejado sobre el pupitre y la arrojó a las llamas. El color se perdió y sólo quedó un poco de ceniza. Durante un instante infinito esperó las palabras y el milagro.
Paracelso no se había inmutado. Dijo con curiosa llaneza:
-Todos los médicos y todos los boticarios de Basilea afirman que soy un embaucador. Quizá están en lo cierto. Ahí está la ceniza que fue la rosa y que no lo será.
El muchacho sintió vergüenza. Paracelso era un charlatán o un mero visionario y él, un intruso, había franqueado su puerta y lo obligaba ahora a confesar que sus famosas artes mágicas eran vanas.
Se arrodilló, y le dijo:
-He obrado imperdonablemente. Me ha faltado la fe, que el Señor exigía de los creyentes. Deja que siga viendo la ceniza. Volveré cuando sea más fuerte y seré tu discípulo, y al cabo del Camino veré la rosa.
Hablaba con genuina pasión, pero esa pasión era la piedad que le inspiraba el viejo maestro, tan venerado, tan agredido, tan insigne y por ende tan hueco. ¿Quién era él, Johannes Grisebach, para descubrir con mano sacrílega que detrás de la máscara no había nadie?
Dejarle las monedas de oro sería una limosna. Las retornó al salir. Paracelso lo acompañó hasta el pie de la escalera y le dijo que en esa casa siempre sería bienvenido. Ambos sabían que no volverían a verse.
Paracelso se quedó solo. Antes de apagar la lámpara y de sentarse en el fatigado sillón, volcó el tenue puñado de ceniza en la mano cóncava y dijo una palabra en voz baja. La rosa resurgió.

lunes, 17 de diciembre de 2007

Hohenheim de la Luz

Cuando vi la serie Fullmetal Alchemist a finales del 2006 no dimensionaba la relación que ésta iba a tener con mi búsqueda personal del presente. La construcción conceptual del anime me enganchó bastante y un personaje en particular me llamó mucho la atención cuando apareció: Hohenheim de la Luz. Para quien no conozca la trama, está el buen wikipedia.org (jajaja), pero para ahorrarles unos segundos de su tiempo, comentaré un breve abstract: FMA es un anime basado en el manga homónimo de Hiromu Arakawa, cuya emisión comenzó el año 2003 en Japón, terminando exactamente un año después, con 51 episodios a su haber. La historia se ambienta en un mundo paralelo al nuestro en que el curso de la evolución humana siguió un curso diferente, en que la preocupación por los asuntos bélicos sigue siendo el eje central de la civilización, pero los métodos son distintos: el uso de la alquimia en desmedro de armas de destrucción masiva (entendiéndose por alquimia a la transmutación de elementos de materia basados en la "ley de intercambio equivalente", y que requiere un profundo conocimiento de la composición íntima de un objeto), grandes avances tecnológicos en reemplazos protésicos para humanos y animales, etc. Los protagonistas son los hermanos Elric (Edward y Alphonse) que, tras un fallido intento por resucitar a su difunta madre con la alquimia, pierden un brazo y una pierna, y todo el cuerpo, respectivamente. De esta forma, iniciarán un largo viaje con el objetivo de encontrar la "Piedra Filosofal"; artilugio que les permitiría volver a la normalidad. Hohenheim de la Luz aparece en los últimos episodios, siendo una pieza clave del puzzle. Es un extraordinario alquimista, veterano, sabio y viajero errante. A modo de nexo con el motivo principal de este texto, estas características también se le atribuyen a un alma que pasó por nuestro mundo en el siglo XIV, y que además fue médico y astrólogo. Me refiero a Theophrastus Philippus Aureolus Bombastus von Hohenheim, más conocido como Paracelso.

Algunos alcances sobre la vida y obra de Paracelso:
  • Desde pequeño, su padre le hizo conocer y admirar la naturaleza.
  • Primero estudio las artes liberales (trivium: gramática, retórica, dialéctica, cuadrivium: geometría, aritmética, música y astronomía), para luego ser médico.
  • En el momento de titularse, a los 23 años, se convenció de que el arte de sanar había que buscarlo en la naturaleza y no en los libros y de que había que salir y recorrer el mundo para conocer las enfermedades y las medicinas naturales que usaban los campesinos, los artesanos, los barberos y las mujeres del pueblo. Entonces inició su larga peregrinación por Europa, la que duró 12 años.
  • Con poco más de 30 años escribió su primera obra , Paramirum, en la que postula que cinco esferas o entia determinan la vida humana: ens astrale, ens veneni, ens naturale, ens spirituale, ens Dei. Ens astrale, pues toda persona nace en el momento de una constelación y es hijo de su tiempo. Ens veneni, pues el hombre es parte de la naturaleza, está expuesto a sufrir la acción de las cosas que toma del mundo circundante. Ens naturale trata del camino que recorre el hombre desde su nacimiento hasta la muerte, camino determinado por su constitución y destino. Ens spirituale, pues el hombre tiene cuerpo y espíritu, y por el espíritu el mundo circundante se convierte para cada individuo en un mundo distinto y el hombre se hace pensador y creador. La enfermedad viene de la alteración del orden de estas cuatro esferas, la curación está determinada por la quinta: ens Dei.
  • Después de otro peregrinaje se estableció en Alsacia, donde, para sentir justificada su existencia, publicó el grueso de sus manuscritos: es el Paragranum. Esta obra trata de las cuatro columnas sobre las cuales está edificada la medicina, y esas son: la filosofía, la astronomía, la química y la virtud, en la que está el amor. Probablemente influido por las impresiones de su juventud al contemplar la transformación de los metales en las minas, dio en esa obra una visión química del fenómeno viviente y de la enfermedad. Paracelso concibió al cosmos como un organismo, y al hombre, como un microcosmos, ambos formados por las mismas substancias químicas. Asufre, mercurio y sal son para él las substancias esenciales del organismo, cuya proporción mantiene o modifica el archeus, principio vital. Pero esos términos tienen en Paracelso un signficado abstracto, asufre y mercurio no representan cada uno un elemento químico -el concepto de éste se formuló sólo en el siglo XVII por Boyle. Asufre es el substrato de la combustión; mercurio, el de la solubilidad y de lo gaseoso, y sal, el substrato de lo estable.
Comentario:
Primero, conocer y admirar la naturaleza es algo cada vez más infrecuente en los niños del presente.
Segundo, nótese el estudio de las artes liberales: trivium es el lenguaje, cuadrivium, cuatro disciplinas en que la matemática es importante y que moldean la estructura cerebral de una persona de manera que cultivan la inteligencia, la creatividad y la imaginación.
Tercero, hay personas que postulan que la medicina es una profesión, no un arte. En lo personal, me parece que ambos calificativos no son excluyentes mutuos. La medicina es una profesión y darle esa característica protege al médico en términos legales y personales; le facilita las cosas. Por otra parte, la medicina es un arte, porque todo arte tiene componentes básicos como la disciplina, el entrenamiento, el talento, el ser perfeccionable, entre otras. Con toda certeza se puede afimar que la medicina es un trabajo, un quehacer de la humanidad que puede o no ser remunerado. La economía de libre mercado ha retocado un concepto que en su génesis era altruismo puro.
Cuarto, ahora nos parece muy lógico pensar en una medicina holística, que abarque al ser humano junto a todo su contexto. Decir algo así en aquellos tiempos, es mucho más que plausible, es para disponerse a recibir la siguiente enseñanza de Paracelso.
Quinto, quienes me hayan escuchado hablar en el último tiempo y recuerden lo que he dicho, encontrarán un gran similitud entre la concepción del cosmos y del ser humano de Paracelso con respecto a la mía, así como esto tiene mucha relación con la teoría de Gaia del Sr. James Lovelock. Precisamente, esto último será materia de párrafos futuros.